Lunes o martes – Virginia Woolf

Perezosa e indiferente, sacudiendo sin esfuerzo el espacio con sus alas, conociendo su camino, la garza pasa sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco y distante, absorto en sí mismo, el cielo cubre y descubre sin descanso, se mueve y permanece. ¿Un lago? ¡Que se esfumen sus riberas! ¿Una montaña? Ah, perfecto, el dorado del sol en sus laderas. De allí desciende. Luego helechos, o plumas blancas, para siempre, siempre…

Desear la verdad, esperarla, destilar laboriosamente algunas palabras, desear por siempre… (se oye un grito a la izquierda, otro a la derecha. Las ruedas chocan, divergentes. Los autobuses se aglomeran conflictivos) … desear siempre … (el reloj afirma con doce nítidas campanadas que es medio día; la luz desprende escamas doradas; los niños se amontonan) … por siempre desear la verdad. Rojo es el color del domo, hay monedas colgando de los árboles; el humo sube en estelas desde las chimeneas; ladridos, clamores, gritos: “Se vende hierro” … ¿Y la verdad?

Irradiando hacia un solo punto, los pies de los hombres y las mujeres, negros y con incrustaciones doradas… (Este clima neblinoso… ¿Azúcar? No, gracias… La mancomunidad del futuro) … la luz de la lumbre sale disparada y pinta de rojo la habitación, salvo las figuras negras y sus ojos brillantes, mientras que afuera descargan una camioneta, doña Fulana toma el té en su escritorio y la vitrina resguarda abrigos de piel…

Alardeadas, con la ligereza de una hoja, a la deriva en las esquinas, enredadas en las ruedas, salpicadas de plata, en casa o fuera de ella, recogidas, desperdigadas, derrochadas en distintas escalas, arrastradas aquí y allá, desgarradas, hundidas, reunidas… ¿Y la verdad?

Y recordar, junto al fuego, el cuadrado de mármol blanco. Desde las profundidades de marfil surgen palabras que se desprenden de su negrura, florecen y penetran. Caído el libro; en la llama, en el humo, en las chispas efímeras… o bien de viaje, el pendiente cuadrado de mármol; debajo, minaretes y los mares de la India, mientras el espacio se arremolina azul y las estrellas emiten destellos… ¿la verdad? ¿Satisfecha con la cercanía?

Perezosa e indiferente, la garza regresa; el cielo vela sus estrellas, luego las desnuda.